El cuidador de las mascotas de Pablo Escobar

Por: Aldemar Solano Peña, Pereira
Las mascotas exóticas de Pablo Escobar, el capo colombiano más famoso de la historia, son la razón de vida de Abelardo Colorado, un antioqueño que a los 20 años encontró una alternativa distinta a las labores del campo.
Abelardo Colorado con las Chachas, dos de las tres rinocerontes hembras que hay en Colombia. / Aldemar Solano
Fueron cinco de esos animales: dos hembras de rinoceronte, una grulla colorada, un hipopótamo y un elefante, los que le dieron empleo en el zoológico Matecaña de Pereira, tras la extinción de dominio de la hacienda Nápoles luego de la caída de Escobar en diciembre de 1993.

Este año completa 22 años en Pereira y con el cierre del Matecaña nuevamente se ve obligado a pensar en el futuro inmediato, sin trabajo y alejado de sus animales: “Cuando salía a vacaciones, a los ocho días ya quería regresar a verlos, de pensar si los estaban cuidando bien. Ellos se encariñan con uno y uno con ellos; extrañan hasta la manera como les echan la comida”, dice.

Con el traslado de los animales al nuevo parque temático Ukumarí de Pereira, el zoológico Matecaña cierra sus puertas luego de 64 años de funcionamiento. Abelardo es uno de los 60 trabajadores que desconocen su futuro laboral. Es consciente de que deberá montar un negocio que sostenga a su familia porque a su edad ya no consigue empleo fácilmente, pero no quiere imaginarse alejado de los animales por los que ha vivido durante tantos años.

Abelardo Colorado ingresó como ayudante de oficios varios a la hacienda Nápoles en la época en que ese símbolo del poderío del cartel de Medellín comenzó a derrumbarse a partir del asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla. “El que haya trabajado en la hacienda y diga que no conoció a Pablo Escobar miente, porque él iba y se paseaba, visitaba los animales y preguntaba por ellos”, asegura Abelardo. Pero sólo por los medios de comunicación supo sobre ese jefe que una vez los invitó a jugar un partido de fútbol y que al ver que no tenían zapatos buenos mandó a comprar guayos para todos.

En Nápoles vivió una década de incertidumbre porque el Ejército y la Policía Antinarcóticos llegaban a interrogarlos: “Los pobres trabajadores llevábamos del bulto, a ver si teníamos algo que ver, pero uno no tenía nada que temer. Nunca vi negocios extraños. Todos éramos trabajadores campesinos de Granada, San Luis, Puerto Triunfo, Doradal, San Francisco. Puros campesinos, gente de bien”, dice Abelardo, seguro de que su vida fue investigada antes de ser contratado en Pereira.

Pese a que en Nápoles le pagaban $20.000 más en esa época, aceptó trasladarse a Pereira con un contrato de seis meses más alojamiento y alimentación, el cual se prolongó hasta este año.

Que esté vivo es prueba de la pulcritud de su trabajo, pues cualquier descuido en las normas de seguridad significan la muerte. Vio morir a dos veterinarios en ataques de animales. También vio morir por causas naturales a Chava, Diana y Safari, elefantes que tuvo a su cuidado.

Mientras la ciudadanía de Pereira debate el supuesto traslado de 400 animales a Miami, anunciado por el alcalde Enrique Vásquez pero luego desmentido por el gerente del Infi, Javier Monsalve, y en relación con el cual se llegó a hablar incluso del sacrificio de algunos, a Abelardo sólo le preocupa que sus amigos de toda la vida sigan teniendo los cuidados y el mismo cariño que él siempre les dio.

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