«Las caletas de la memoria»
Relatos de la memoria familiar y de la memoria de la violencia en ‘Pablo Escobar. Mi padre´ de Juan Pablo Escobar Henao»
Por Daniuska González González
En el presente artículo se pretende una aproximación a la construcción de una memoria familiar y una memoria de la violencia en Pablo Escobar Mi padre. Las historias que no deberíamos saber (2015) de Juan Pablo Escobar Henao, haciendo énfasis en cómo la primera se elabora hasta soportar la segunda y conformar ambas una narratología de la historia reciente de Colombia; y también cómo el relato de memorias problematiza el género testimonio al posibilitar la intromisión de elementos no validados, algunos inclusive que pudieran rozar la ficción, acerca de un sujeto tan complejo como el jefe del Cartel de Medellín y su circunstancia de vida.
Fernando Vallejo
Pablo Escobar Mi padre.
Las historias que no deberíamos saber (2015). Este relato se construye a partir de la memoria minúscula y afectiva que hilvana una “historia otra” (Achugar 62), la cual fija a Escobar en una memoria mayúscula, la de la violencia, a través de una secuencia de omisiones y huecos del “exceso del poder, [del] silencio oficial” (62), permitiendo una lectura “otra” —de ahí su impronta más productiva—, no sólo como líder del Cartel de Medellín y como padre de familia, sino como sujeto del poder político y económico que lo atrapó como una telaraña. Como tantas veces le repitió su suegra Nora, “Si se mete de político no habrá alcantarillado del mundo donde pueda esconderse” (Escobar Henao 217). La lectura que se propondrá en este artículo partirá de la apreciación de este libro como un nuevo producto para entender la construcción
Pablo Escobar Mi Padre. Las historias que no deberíamos saber tendrá que ver con el desmontaje de un nuevo texto que engrosa las múltiples prácticas de desarme alrededor de la figura del capo, vinculando los “retazos que sobreviven o acuden a la memoria [en este caso del hijo] y que el relato estructura y significa desde la actualidad” . Como plantea Elizabeth Jelin en el ya canónico Los trabajos de la memoria “Las personas, los grupos familiares, las comunidades y las naciones narran sus pasados, para sí mismos y para otros y otras, que parecen estar dispuestas/os a visitar esos pasados, a escuchar y mirar sus iconos y rastros, a preguntar e indagar”.
En el presente artículo se abordará el relato de una memoria de la violencia, 4 fugaz y fragmentada, que se entroniza con el de una memoria familiar, detallista y amorosa pero frágil. Un hijo que arma narrativamente al personaje Escobar a partir de sus dudas, sus mínimas alegrías, algunos de sus negocios en el narcotráfico (los que conoció al azar) y la muerte que cruza su decir todo el tiempo. Relatar la subjetividad padre mientras su rememoración va evidenciando los devaneos de una nación, el polvo oculto debajo de la alfombra.
¿O cómo llegar hasta una poética de la memoria? Para Jelin ésta tiene que ver con Vivencias personales directas, con todas las mediaciones y mecanismos de los lazos sociales, de lo manifiesto y lo latente o invisible, de lo consciente y lo inconsciente. Y también saberes, creencias, patrones de comportamiento, sentimientos y emociones que son transmitidos y recibidos en la interacción social, en los procesos de socialización, en las prácticas culturales de un grupo.
una verdad. El ejemplo más nítido puede pensarse a partir de las cartas escritas por Manuelita Sáenz a Simón Bolívar, compradas y obsequiadas por Escobar a su hijo cuando cumplió 9 años (Escobar Henao 171) y las cuales ad-vierten un segmento de “verdad”, la de la amante y compañera de armas, que de inmediato se conecta con otras partículas de “verdades” como la del General Daniel Florencio O’Leary y sus varios tomos publicados entre 1879 y 1880, todos sustanciados por su cercanía con El Libertador; o con la de Gabriel García Márquez, que se queda en el carácter fabulador de la enfermedad de El Libertador en la novela El general en su laberinto (1989).
En la memoria nacional, memoria en obra permanente , se cruzan memorias afectivas, cercanas y detallistas, que abren tramas disímiles con aristas ocultas o ensombrecidas por la duda, pero que exhiben acerca del sujeto y de su circunstancia lo que Arfuch denominó “la investidura afectiva [que] define y sostiene, a su vez, el valor biográfico” (155). Esta “investidura afectiva” pueden ser las memorias mínimas del amor y de las heridas sobre un país y sus individuos que dan cuenta de lo que no pudo consolidarse y de frustraciones nacionales y/o personales. Desde este enclave se modulan los intersticios y se acomodan los trozos en falta aunque vanamente: tanto la memoria como el intento de “verdad” se retuercen y los restos se ajustan/se desajustan en una sucesiva incrustación y en un sucesivo desarme. Para Renan “En cuestión de recuerdos nacionales más valen los duelos que los triunfos, pues ellos imponen deberes; piden esfuerzos en común” (65), por tanto el relato de Juan Pablo Escobar Henao intervendría como parte de este “esfuerzo común” por formar narrativas sobre los procesos históricos colombianos y como un intento de articulación de una trama, en este caso la más íntima, dentro de otras que permanentemente van reacomodando los acontecimientos y las variables conocidas hasta originar una nueva lectura sobre los hechos. Aquí se enfatiza la condición de relato de vida y no de testimonio a pesar de implicitarse este último en el de memorias, fundamentalmente en la exposición de una urgencia por contar o una necesidad de comunicar. Relato de vida que es un texto mestizo (Naín Nómez), agujereado por imprecisiones, catarsis y que no testimonia puntualmente sobre Pablo Escobar (en realidad no le interesa) sino que inserta al hijo a través del recorrido vital por el padre, cómo el primero se cuela en su azarosa biografía y su periplo después del asesinato (Capítulos desde el 1 hasta el 4 y el Epílogo). Palabra memoriosa de un “sujeto [quien] ha perdido su capacidad de extender activamente sus protenciones y retenciones por la pluralidad temporal y de organizar su pasado y su futuro en una experiencia coherente” (Jameson 46) y quien acude al relato de sus recuerdos para tratar de asentarse como individuo separado del conflicto Escobar-Colombia y, a su vez, como parte de un sumario político que lo condenó como victimario: “desde que era niño me han tratado como si hubiese sido el mismísimo autor de la totalidad de los crímenes de mi padre” (Escobar Henao 66). De esta manera el ejercicio de contar “organiza su pasado y su futuro en una experiencia coherente” o al menos lo intenta.
Originalmente publicado en14 mayo, 2021 @ 5:53 am