Por Alejandra Vergara* / delaurbe.udea.edu.co / 10 marzo 2015
El miércoles 4 de abril de 1990, un grupo de hombres armados irrumpió en el bar El Viejo Baúl, en Medellín, y abrió fuego contra todos los presentes.En este hecho fueron asesinadas seis personas: Bernardo Roldán Gaviria, Horacio de Jesús Bravo Vásquez, Manuel Gustavo Gómez, Iván Darío Upegui, Jaime Correa y Alexander García Henao.
Hoy, cuando están por cumplirse 25 años de aquella masacre, el hecho todavía sigue en la impunidad, “han sido muchos los años de luchar contra el dolor de la perdida y más aún, contra la indiferencia, la desinformación y el olvido. Cada año espero con tristeza el cruel aniversario, lo espero solo con mi familia porque la espera de la justicia la dejé de lado hace tiempo”, dice ‘Nando’, familiar de una de las víctimas.
Uno de los años más sangrientos en Medellín fue 1990, el periódico El Tiempo reportaba entonces que entre los meses de marzo y abril de ese año, el área metropolitana vivió 38 ataques indiscriminados contra grupos de personas, con un saldo de 165 víctimas. La guerra contra el narcotráfico estaba alcanzando su punto más violento, y el tire y afloje entre la mafia y la Policía era lo que más víctimas cobraba.
Días antes a esta masacre, algunos integrantes del cuerpo de Policía de la ciudad había sido cambiados por sospechas de alianzas con el Cartel de Medellín, y cada vez se hacían más frecuentes los panfletos con amenazas a aquellos que se encontraran departiendo en ciertos lugares después de determinadas horas de la noche.
Los avisos
Juan Carlos Vargas, dueño del ahora extinto Viejo Baúl, recuerda que varios de esos volantes estaban impresos en hojas de reciclaje que contenían membretes de la Administración Municipal, e inclusive de la Policía Metropolitana.
Eran tiempos donde la mafia ofrecía un millón de pesos por cada agente de Policía muerto, nadie podría decir con claridad si fue ese mismo 4 de abril, más temprano, o uno o varios días antes que dos policías fueron asesinados en un lugar cercano a lo que hoy es la estación Palos Verdes del Metroplús, y que también llevaba por nombre Viejo Baúl, pero lo que creen algunos de los sobrevivientes y familiares de las víctimas es que fue en retaliación de este hecho que se efectuó la masacre en el bar.
Algunos reportan que fue cerca a las 9:00 p.m., otros que fue a las 10:00 p.m., y varios dicen que a las 11:30 p.m. cuando de dos vehículos que bajaban por la carrera Sucre descendió un grupo de hombres armados que entró al bar disparando contra todos los presentes. “¡Nos atracaron! Agachate, no hablés”, recuerda Vargas que le dijo a una amiga con la que se encontraba en la barra.
“Fueron segundos que parecieron horas, yo no entendía nada solo escuchaba los disparos, me tiré al piso y cuando sentí que todo había terminado me levante para encontrarme con una escena macabra, mis amigos en charcos de sangre, no sabía qué hacer, empezamos a pedir ayuda pero era muy tarde, todos estaban muertos salvo Álex, el mesero, él seguía vivo y entonces lo montamos a un carro y lo llevamos al San Vicente donde murió después de llegar”, relata Juan Carlos.
Aunque era una época violenta en la ciudad, no se pensaba que pudieran llegar a atacar de aquella manera un bar que se dedicaba a poner tangos, música vieja o de protesta, donde se hacían tertulias y pequeños recitales de guitarra entre amigos, estudiantes de la Universidad de Antioquia, y jóvenes profesionales.
¿La investigación?
Pese a qué se hicieron las denuncias correspondientes, la Policía nunca mostró demasiado interés en hacer una reconstrucción de los hechos o abrir una investigación seria sobre el caso. Se decidió que había sido una confusión.
Sin embargo, el entonces alcalde, Juan Gómez Martínez, se pronunció sobre el hecho declarando el 6 de abril de 1990 a El Colombiano, “lamentablemente han ocurrido estas masacres sin haber podido hacer nada a tiempo”. Cuando se le preguntó sobre la presunta participación de miembros de la Policía en esas matanzas el alcalde dijo “en casos como estos siempre hay rumores infundados y otros ciertos pero nada se puede afirmar mientras no se investigue y no se diluciden los hechos”.
Dichos hechos nunca se esclarecieron. El bar estuvo cerrado un par de meses después de la masacre mientras Juan Carlos y su familia trataban de entender bien qué había pasado.
La masacre, 25 años después, sigue impune. “Eran tiempos difíciles y oscuros pero nunca hicieron nada, ni siquiera lo intentaron, para mí eso solo confirma que fue un crimen de Estado”, dice Vargas, que agrega que si alguna vez alguien reconociera que así fue, el único consuelo que recibirían sería “nos equivocamos, disculpen”.
El bar se recuperó y siguió abierto hasta hace menos de dos años, hubo tiempos difíciles en los que los únicos clientes eran curiosos que iban a preguntar si allá había sido la masacre. Pese a los mitos en torno a su cierre, Vargas aclara que en realidad fue porque ya no tenía tiempo para administrarlo, y porque ya no valía la pena mantenerlo abierto.
Aunque los detalles de esa trágica noche de abril sean cada vez más lejanos, lo que no muere son los recuerdos de los buenos tiempos en el bar, es por eso que colecciones de botellas viejas, discos, las puertas de los baños, y todo aquello que alguna vez hizo parte del mobiliario del Viejo Baúl hoy adorna las fincas de los amigos más cercanos de Juan Carlos, y que el mural hecho por Pablo Jaramillo en la fachada del extinto bar permanece intacto.
*Alumna de Periodismo III (Judicial).