Por: EL ESPECTADOR
Viaje a la historia de los sometimientos a la justicia, ese camino alterno en Colombia para tratar de desmantelar el negocio del narcotráfico o las bandas criminales que lo han fortalecido. (más…)
El 22 de julio se cumplen 30 años de la fuga del narcotraficante Pablo Escobar de la Catedral, la cárcel donde estaba recluido con sus secuaces, tras entregarse voluntariamente al gobierno de Colombia. (más…)
“El problema del narcotráfico no es un problema que se resuelva con ametralladoras. En algún momento la humanidad va a tener que declararle la paz a las drogas” explica Juan Pablo Escobar Junior en entrevista con DW
por Conte, Montiveros y Bustos / www.mdzol.com / 9 de Agosto de 2015 |
A meses de haber quedado en libertad, Jhon Jairo «Popeye» Velásquez habló con MDZ y contó cómo era «el patrón del mal». Involucrado en 250 crímenes, dijo haber cumplido su deuda con la Justicia.
Cómo y dónde fue asesinado:
Dos sicarios esperaron a que Guillermo Cano hiciera un giro en “U” en la Avenida del Espectador, Bogotá, poco después de las 19:00 hs. Uno de los maleantes se acercó rápidamente a la camioneta familiar que conducía Cano y le disparó en ocho ocasiones al pecho con una ametralladora. Evitando el pesado tráfico prenavideño, los sicarios se escaparon en una motocicleta, identificada con la placa Fax:84.
Posibles móviles:
El capo del Cartel de Medellín, Pablo Escobar, consideraba a El Espectador y a Guillermo Cano como sus principales enemigos, debido a las constantes denuncias contra el narcotráfico y a la posición favorable que el diario tenía sobre la extradición de narcotraficantes a los Estados Unidos.
Presuntos autores / o implicados:
En un fallo en octubre de 1995, nueve años después del asesinato, María Ofelia Saldarriaga, Pablo Enrique Zamora, Carlos Martínez Hernández y Luis Carlos Molina Yepes fueron encontrados culpables de conspiración para cometer el crimen y sentenciados a 16 años y 8 meses de cárcel.
Sin embargo , en otra sentencia del 30 de julio de 1996, el Tribunal Superior de Bogotá revocó aquel fallo, absolviéndolos de cargos en el crimen, a excepción de Molina Yepes, quien fue el único condenado y recién capturado el 18 de feb re ro de 1997. Con anterioridad habían sido considerados autores intelectuales: Pablo Escobar Gaviria, Evaristo Porrás, Gonzalo Rodríguez Gacha y, también, Luis Carlos Molina Yepes, altos capos del Cartel de Medellín.
Consecuencias violentas:
Varios jueces y empleados judiciales fueron sobornados. Un magistradro, el padre de una jueza y el abogado de la familia Cano fueron asesinados. Otro magistrado, cuatro periodistas, dos hijos de Guillermo Cano, tuvieron que abandonar el país después de continuas amenazas de muerte. La distribución del diario en Medellín fue reiteradamente saboteada. El gerente general y el jefe de distribución de esa oficina fueron asesinados. Un atentado con explosivos destruyó gran parte de la sede central de El Espectador. Delincuentes incendiaron la casa de veraneo de la familia Cano, cerca de la ciudad de Cartagena. También fue asesinado el principal sospechoso que disparó contra Guillermo Cano y otros integrantes de la banda Los Priscos que el Cartel de Medellín contrató para cometer el crimen.
Irregularidades del proceso judicial:
Jueces destituidos por soborno y deliberada negligencia durante el proceso indagatorio no fueron investigados. Magistrados, empleados judiciales y jurados fueron amenazados. El caso fue atendido durante varios años en diversos juzga dos. Nuevas pistas no fueron investigadas. Luis Carlos Molina Yepes, uno de los autores intelectuales y sentenciado, se fugó después de que la policía le permitiera salir del penal para comprar cigarrillos. El Cartel de Medellín se infiltró en el Poder Judicial comprando jueces y apoderándose de vital información para su defensa.
SINOPSIS
El asesinato de Guillermo Cano Isaza, director de El Espectador de Colombia, victimado por narcotraficantes en 1986, estremeció los cimientos de la sociedad colombiana. Los capos de las drogas ya habían asesinado al ministro de Justicia,al presidente de la Corte Suprema de Justicia y al director de la Policía Nacional, pero el asesinato de un propietario de un diario nacional, en un país donde los periodistas suelen tener el mismo peso que los expresidentes, rompió todas las reglas.
Para Pablo Escobar Gaviria y el Cartel de Medellín, El Espectador era su enemigo número uno. Cano había tomado una postura enérgica contra las drogas y apoyaba firmemente la extradición de los narcotraficantes colombianos. Pensaba que las instituciones colombianas no eran suficientemente severas al juzgar y condenar a los poderosos capos de las drogas.
Escobar y sus cómplices celebraban sus victorias en Medellín, sede del cartel, y en Leticia, ciudad fronteriza entre Colombia y Ecuador. Leticia era el paso principal de la pasta de cocaína de Perú y Bolivia.
La investigación del asesinato duró nueve años. El equipo de abogados de Escobar logró impedir que se cambiara el caso a un sistema especial de justicia “sin rostro”. Esta maniobra legal le permitió a Escobar enterarse de quiénes eran los jueces. A algunos magistrados se les obligó a aceptar sobornos y otros fueron asesinados por rechazarlos. Uno de los jueces se exilió; otra sufrió el asesinato de su padre por ignorar las amenazas para abandonar la investigación y un tercero, un juez del Tribunal Superior de Bogotá, fue asesinado poco después de rubricar una orden de captura contra Escobar.
Para el periódico, el asesinato fue sólo el inicio de una ominosa campaña de Escobar y su gente. Como el diario insistió en la información provocativa e incisiva sobre los narcos, las amenazas de muerte a sus reporteros y editorialistas continuaron. Los dos hijos de Guillermo Cano, Juan Guillermo y Fernando, quienes compartían los principales puestos de mando del periódico, recibían muchas amenazas y estuvieron saliendo del país por largos períodos, durante los tres años posteriores al asesinato.
Otros cuatro reporteros también tuvieron que abandonar el país por amenazas de muerte. La distribución del periódico fue saboteada en Medellín y en otras áreas, mientras que en esa ciudad su oficina fue cerrada tras los asesinatos del director de distribución y del gerente general. Entre 1989 y 1990, el periódico se entregaba en Medellín con protección militar.
La circulación sucumbió en esa ciudad por las amenazas que recibían los distribuidores del periódico por parte de Escobar y su gente. Los peores golpes se asestaron en 1989 cuando Héctor Giraldo Gálvez, abogado de la familia Cano y encargado de supervisar la investigación del crimen, fue asesinado. Ese mismo año, Escobar ejecutó lo que según él sería el tiro de gracia contra el periódico explotó una bomba en sus instalaciones.
El proceso judicial, que comenzó en 1991, concluyó en un tribunal común, el 22 de agosto de 1995. Cuatro personas fueron declaradas culpables de homicidio doloso. Tres fueron encarceladas. El cuarto cómplice acusado, Luis Carlos Molina Yepes, velado empresario, exconfidente de Escobar y quien manejó las cuentas bancarias de las cuales se obtuvo el dinero para pagar a los asesinos de Guillermo Cano, permaneció prófugo hasta su captura el 18 de febrero de 1997. Dos narcotraficantes que fueron los principales autores intelectuales, Gonzalo Rodríguez Gacha y Escobar fueron abatidos en 1989 y 1993, respectivamente. Otros como Evaristo Porrás están purgando una sentencia por enriquecimiento ilícito.
La defensa apeló la sentencia de la corte en 1995. El 30 de julio de 1996, en una decisión inesperada, el Tribunal Superior de Bogotá revocó la sentencia y declaró que los tres prisioneros eran inocentes. La corte confirmó la sentencia contra Molina Yepes.
EL CRIMEN
El asesinato de Guillermo Cano ocurrió cuando explotó la furia de Escobar contra el periódico colombiano. Hacia 1986, “El Padrino”, como Cano llamaba irónicamente al capo de las drogas en sus artículos, había amasado una fortuna y se había convertido en el narcotraficante más poderoso del mundo. El Cartel de Medellín manejaba el 70 por ciento del tráfico de cocaína hacia los Estados Unidos y Europa; sus ganancias eran fabulosas. Tenía una corte de simpatizantes en Medellín, donde construyó viviendas y canchas de fútbol para la gente pobre. Pero su dominio se veía amenazado por el tratado de extradición entre Colombia y Estados Unidos.
Escobar percibió que la opinión pública era un importante instrumento para eliminar el tratado. Así pues, invirtió grandes sumas de dinero para exponer al tratado como violatorio de la soberanía de Colombia. Mientras el cartel hacía campaña para abolir el tratado de extradición, Cano hacía denuncias que contradecían las ideas de los narcos. Semana tras semana sus artículos criticabana quienes querían eliminar el tratado. Sus conceptos se sustentaban con los artículos de periodistas investigativos de El Espectador que expresaban lo vulnerable que era el sistema judicial de Colombia ante la presión de los narcotraficantes.
Algunos colegas de Cano pensaban que estaba obsesionado con el tráfico de drogas. Pero en retrospectiva, sus reporteros y otros periodistas coinciden ahora en que “profetizó″ sobre el inicio de la era del tráfico ilegal de drogas y del peligro que representaba para la democracia colombiana. “Tenía un sentido maravilloso de lo que es noticia”, comenta Luis de Castro, editor de asuntos judiciales de El Espectador, quien trabajó con Guillermo Cano va-rios años. Los periodistas todavía recuerdan su sentido del humor y su memoria fotográfica.
Luis Gabriel Cano, su hermano mayor y quien asumió la presidencia del periódico después de su muerte, afirma que su hermano jamás habló sobre las amenazas. “Guillermo mantuvo su lucha contra el narcotráfico sin importarle nada”, apuntó.
El cabello canoso y la actitud calmada de Luis Gabriel Cano recuerdan a su hermano. “Guillermo sentía que si no los deteníamos, las bandas de narcos querrían dirigir el gobierno, que es lo que estamos viviendo ahora”, declaró en su espaciosa oficina. Es la misma que fue semidestruida por un bombazo en 1989, y la que refleja gran parte de la historia del periódico, fundado en 1887.
Cano inició su lucha contra las bandas de narcotraficantes a principios de la década del ochenta. Su primer golpe periodístico contra el imperio de Escobar fue un artículo publicado en 1983 que detallaba el primer arresto del capo en relación con estupefacientes. En 1976 Escobar fue detenido por esconder cocaína en los neumáticos de un auto robado, cuando era apenas un desconocido robacoches. En el periódico se recuerda cariñosamente este incidente que ilustra la astucia y el instinto periodístico de su antiguo jefe.
Cano recordó la cara de Escobar cuando vio al capo en la ceremonia de apertura del congreso en 1983. “Yo he visto esa cara en algún lado”, le comentó a uno de sus editores. El mismo se metió en el archivo del periódico a buscar la fotografía. Volvió a publicar la historia y la fotografía en la primera plana de El Espectador. Esto truncó la ambición de Escobar de formar parte del congreso y convirtió a Cano en uno de sus peores enemigos.
Hacia 1986, El Espectador había tomado la delantera en los medios colombianos en cuanto a ataques contra los carteles de las drogas. El periódico entero se dedicaba a analizar minuciosamente, exponer e investigar el tráfico de drogas y sus tentáculos dentro de la sociedad colombiana. Cano, de 61 años, atacaba a diario a los narcotraficantes en el editorial, en las páginas de noticias y en su columna “Libreta de Apuntes”. Recibió el Premio Nacional de Periodismo de Colombia en 1986, por sus artículos contra el narcotráfico y en apoyo al tratado de extradición.
El 16 de diciembre de 1986, fue entrevistado por un integrante del Círculo de Periodistas de Bogotá sobre los peligros del periodismo. “El problema en nuestro negocio es que nunca se sabe si volveremos por la noche a casa”, comentó.
Al día siguiente, el miércoles 17 de diciembre de 1986, fue asesinado.
Ese día, Cano salió del periódico poco después de las 19:00 hs.. Subió a su camioneta familiar Subaru roja, estacionada en las instalaciones del periódico. Al llegar a la Ave. del Espectador, una amplia calle frente a las oficinas del periódico, el tráfico prenavideño era pesado. Los autobuses iban pegados a los paragolpes de los automóviles, en medio del smog. Cano entró a la avenida rumbo al sur y se metió al carril izquierdo para dar vuelta en U y entrar al otro carril hacia el norte.
Al reducir la velocidad del auto para efectuar el giro, uno de los dos jóvenes que esperaban en una motocicleta estacionada en lugar prohibido, en medio de la avenida, se acercó furtivamente a pie al lento Subaru. Cuando estuvo cerca, el joven abrió un estuche negro, sacó una ametralladora pequeña, una MAC-10, arma favorita de los sicarios del Cartel de Medellín, según reconoce la policía. Rápidamente disparó ocho tiros al pecho de Cano. Al tratar de escapar, herido de muerte, pisó el acelerador, se lanzó directamente en sentido contrario y se estrelló contra un poste de luz. Los testigos declararon a la policía que los asesinos huyeron en una motocicleta con una placa muy distintiva: FAX 84.
Nadie dudó que su muerte había sido ordenada por los narcotraficantes. La lista de muertos ya era larga: más de 50 jueces, el ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla; el magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Hernando Baquero Borda y el jefe de la Policía Antinarcóticos, Jaime Ramírez Gómez. Todas esas víctimas fueron funcionarios del gobierno que tomaron decisiones judiciales importantes contra el Cartel de Medellín en casos legales y de extradición.
Los narcos también habían matado a varios periodistas del interior por escribir artículos específicos sobre operaciones de estupefacientes. Pero el asesinato de Cano abrió una herida mucho mayor en la democracia de Colombia. Su homicidio fue un escalofriante mensaje a la sociedad colombiana de parte de los narcos: “si nos atacan, nos vengamos”. Este sería el preludio de los asesinatos de tres candidatos presidenciales y otros periodistas marcados por el Cartel de Medellín.
Al día siguiente del asesinato, una procesión fúnebre encabezada por el presidente Virgilio Barco, y a la que acudieron miles de colombianos que ondeaban pañuelos, acompañó el cuerpo de Cano al cementerio Jardines del Recuerdo, en la periferia de Bogotá. El Círculo de Periodistas de Bogotá le pidió a los medios de comunicación no informar ese día, lo que representó que por primera vez se dispusiera un bloqueo info rm at ivo en memoria de un periodista asesinado. Su muerte ocupó las primeras planas de todos los diarios colombianos y de los principales periódicos del mundo.
Como respuesta al asesinato, el presidente Barco ordenó el “estado de sitio”. Asimismo, restituyó una ley que requería un permiso especial para motociclistas y prohibía la venta de moticicletas de gran cilindrada. Fue una aceptación tácita de que la motocicleta se había convertido en un instrumento mortal de los narcos.
Mientras la mayor parte de Colombia estaba en duelo, el crimen de Cano produjo euforia en Medellín, sede extraoficial del cartel. La policía reportó fiestas en las comunas, o vecindarios pobres, donde vivían los sicarios del cartel. Los grandes jefes también estaban de buen humor. La policía supo a través de informantes que una reunión en la casa de Escobar, en el lujoso edificio El Mónaco, a donde habían asistido miembros importantes del Cartel de Medellín, era para festejar el asesinato. Hubo otra fiesta en Leticia, ciudad fronteriza aproxi-madamente a 650 Kms. al sur de Bogotá, donde Evaristo Porrás y sus secuaces también estuvieron de humor festivo. Porrás controlaba el principal puerto de entrada de cocaína proveniente de Perú y Bolivia.
Después de ese asesinato y de otros actos de violencia en 1986, los colombianos al parecer querían olvidar de que h abía un tráfico ilegal de drogas en expansión. Así pues, 1987 y 1988 fueron años difíciles para El Espectador, que continuaba su ataque frontal contra los narcotraficantes. La unidad de periodismo investigativo del periódico seguía activa, pero las amenazas de muerte a sus empleados se multiplicaron. En los tres años que siguieron al homicidio de Cano, cuatro reporteros se vieron obligados a exiliarse. La publicidad disminuyó mientras los narcos amenazaban a las compañías que se anunciaban en el diario.
La campaña de desesta bilización culminó en 1989 con el bombazo en las oficinas del periódico. Los 135 kilos de dinamita explotaron la mañana del sábado 3 de septiembre de 1989. Eran pasadas las 6:30 hs., un poco antes de la entrada del personal sabatino. La explosión voló el techo del edificio, destruyó su entrada principal y afectó gravemente la producción del periódico. La bomba estaba escondida en una furgoneta que había sido estacionada minutos antes de que estallara frente a la entrada principal del periódico. Ese mismo día, seis sujetos armados entraron a una exclusiva isla privada en el área de Rosario, en Cartagena e incendiarion la casa de veraneo de la familia Cano.
LA INVESTIGACION
La guerra iniciada por el Cartel de Medellín y Escobar contra Colombia cobró mucha mayor importancia en la investigación del homicidio. Los investigadores descubrieron que el crimen había sido ordenado por Escobar, Evaristo Porrás, el capo que controlaba Leticia y Rodríguez Gacha, también cabecilla del Cartel de Medellín. Lo ejecutaron Los Priscos, la banda de sicarios preferida por Escobar e implicada en todo asesinato y bombazo importante que él ordenó entre 1984 y 1990. La banda fue desmantelada en 1990.
Las personas acusadas de ser los autores materiales del crimen fueron: María Ofelia Saldarriaga, madre del gatillero; Pablo Enrique Zamora, conductor de la motocicleta; Castor Emilio Montoya Peláez, intermediario en la contratación de los sicarios; Carlos Martínez, quien vendió la motocicleta; Raúl Mejía y Molina Yepes. Una investigación posterior reveló que Raúl Mejía era un hombre que
había fallecido, cuyo nombre había sido usado ilegalmente por los asesinos. Con excepción de Molina Yepes y Montoya, los demás purgaron condenas en Medellín y Bogotá. Si bien las autoridades colombianas afirmaban que no podían dar con el para dero de Molina Yepes y se sospechaba que éste habría pagado sobornos dentro del sistema judicial. Finalmente la policía lo capturó el 18 de febrero de 1997 en un restaurante de Bogotá. Montoya nunca fue encarcelado ya que no se logró su captura dentro del margen de tiempo establecido por la justicia.
Escobar tuvo mucha influencia sobre la investigación debido a que Cano fue asesinado dos años antes de instituirse en Colombia el sistema de justicia “sin rostro” que protege la identidad de los jueces, testigos e investigadores del tribunal. Cuando el gobierno quiso traspasar la investigación del caso Cano a ese sistema, Escobar se valió de su equipo de costosos abogados para mantenerlo en el sistema judicial ordinario. Apenas cometido el asesinato, la investigación se envió al Tribunal de Instrucción Criminal No. 60, donde un juez anónimo empezó a recibir amenazas de muerte, prácticamente de inmediato.
Atemorizado, pidió a sus superiores que trasladaran el caso a otro juzgado. Entonces, el juez Andrés Enrique Montañez del Tribunal No. 71 inició valientemente la investigación.
Entretanto, la policía de Medellín y Bogotá empezó a recibir una andanada de claves y nuevas pistas. A los seis meses del asesinato, en junio de 1987, se recibió la pista que empezó a desenmarañar el misterio del crimen: allanar la casa de Edison Harvey Hill Muñoz, en Medellín, delincuente identificado como entrenador de los sicarios del cartel. Cuando llegó la policía a la casa de Hill Muñoz, empezó un tiroteo que acabó con su vida. En su casa la policía encontró la motocicleta con la placa FAX 84.
En el bajo mundo colombiano ya había rumores de que la policía andaba cerca de los asesinos de Cano. Cuando la policía aumentó la presión, los jefes de la banda de asesinos decidieron tratar de borrar algunos rastros. La primera orden fue matar a Alvaro García Saldarriaga, el pistolero de 23 años sobre quien los testigos dieron señas a la policía.
Alvaro García fue encontrado muerto a la orilla de un río el 25 de mayo de 1987. Su cuerpo fue reclamado por su madre, María Ofelia, una mujer analfabeta de unos 50 años.
En seis meses, el juez y los investigadores del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) establecieron que el asesinato de Cano era parte de una conspiración realizada por Escobar y sus secuaces. El juez Montañez giró órdenes de arresto contra Escobar; Porrás; Gilberto Ignacio Rodríguez, exgobernador del Departamento Amazonas; su novia, Dulcinea Cormo Galindo, quien vivía en Leticia; un doctor de nombre Héctor Villegas y varios otros maleantes de la banda Los Priscos.
Inmediatamente después de la orden, el juez Montañez decidió tomar largas vacaciones. El caso se reasignó temporalmente al juez Eduardo Triana.
Dulcinea Cormo Villegas y Porrás fueron desvinculados de la investigaciín por falta de pruebas. El DAS decidió que Luis Eduardo Osorio Guizado, alias La Guagua, o rata almizclera, era el jefe de los sicarios.
A fines de julio la policía capturó a una sorpresiva sospechosa. María Ofelia Saldarriaga, madre del pistolero ultimado, fue señalada como cómplice. Por una corazonada, la policía intervino su teléfono al enterarse que recientemente había depositado $15.000 (al cambio vigente en 1986) en su cuenta bancaria. Una noche llamó a Pablo Enrique Zamora Rodríguez, alias El Rolo, el sujeto que llevó a cabo el asesinato junto con su hijo. Le dijo que dispusiera de la motocicleta.
El cartel continuó su nociva campaña contra El Espectador. El 12 de abril de 1987, volaron la escultura de Cano, erigida poco antes en un parque de Medellín. Miembros del cartel advirtieron a los distribuidores del periódico en Medellín que dejaran de repartir el diario o de lo contrario serían atacados.
Los procesos legales siguieron hasta agosto de 1987 cuando el terror llegó a los tribunales. El 1 de agosto, la policía se involucró en un sorpresivo tiroteo a dos cuadras de la casa del juez encargado del caso Cano. En el encontronazo resultó muerto José Roberto Frisco Lopera, el miembro más temido de la banda Los Priscos. En un cateo posterior en su cuarto del céntrico hotel, Nueva Granada, la policía encontró granadas, ametralladoras y mapas de la zona donde vivía el juez Triana. La campaña de intimidación también se dirigió a empleados de la sala tribunalicia. Recibían llamadas ofreciéndoles $20.000 dólares por información, o “Te arrepentirás”. El 2 de agosto, el juez Triana emitió valientemente una orden de arresto contra Saldarriaga y El Rolo, ampliando el período de encarcelamiento. Pero el 5 de agosto, agobiado por amenazas, se fue a Europa.
Hacia el 15 de agosto, el caso se turnó nuevamente al juez Montañez, quien había regresado a Colombia. Lo rechazó argumentando que se había salido de su jurisdicción y lo envió al Tribunal Superior. Sin saberlo las autoridades, los emisarios del cartel ya habían comprado al juez Montañez, como se demostraría en dictámenes subsecuentes. El Tribunal Superior rechazó el caso y le ordenaron aceptarlo de vuelta. El juez se rehusó.
El caso no estaba entonces en un tribunal permanente. Las investigaciones continuaron a cargo de diferentes jueces. Rubén Darío Mejía y Alejandro Naranjo Rubián, dos de los mejores abogados defensores de Escobar presentaron documentos legales para liberar a Saldarriaga y El Rolo.
Finalmente, el juez Montañez fue obligado a retomar el caso. En diciembre de 1987, días antes del primer aniversario del asesinato, el juez procesó a El Rolo, María Ofelia Saldarriaga y a otros miembros de Los Priscos. Asimismo, señaló a Carlos Martínez Hernández, Antonio Ochoa y a Raúl Mejía como signatarios de las cuentas bancarias utilizadas para pagarles a los asesinos.
Pero el juez Montañez también desechó los cargos contra los autores intelectuales: Escobar, Porrás y Rodríguez Gacha.
Las autoridades todavía no sospechaban del juez. A mediados de diciembre, dictó sentencia en otro caso de primera plana. Ignorando regulaciones especiales, liberó al narcotraficante Jorge Luis Ochoa, quien purgaba una condena de 36 meses por contrabando de toros de lidia. Ochoa había sido extraditado de España a Colombia en una sospechosa maniobra legal tras el pedido de extradición de Estados Unidos. Estaba bajo sospecha por operaciones de contrabando de drogas por Nicaragua y por asesinato en 1986 de Barry Seal, un informante norteamericano asesinado por narcotraficantes en Louisiana.
El gobierno colombiano estaba presionado a mantener a Ochoa en la cárcel y cualquier decisión legal tenía que ser aprobada primero por el director nacional de Prisiones. Montañez ignoró todas las advertencias del caso. Tras su dictamen fue destituido y la policía emitió una orden de arresto en su contra. Se descubrieron pagos del cartel en sus cuentas bancarias. Además, se inició una investigación administrativa sobre el juez. Sin embargo, jamás fue arrestado y la investigación se interrumpió sin explicaciones poco después de iniciada.
Un mes más tarde se transfirió el caso a la magistrada Consuelo Sánchez Durán, directora del Tribunal de Investigaciones No. 87. Inmediatamente giró una orden de aprehensión contra Molina Yepes, empresario y conocido por el lavado de dinero. Molina Yepes usaba sus negocios de delicatessens y sus agencias de cambio en Medellín como pantallas de Escobar. El DAS llevó a Molina Yepes a un centro de detención temporal en Medellín, para interrogarlo.
El tribunal se enteró por el acusado Carlos Martínez Hernández, de la forma en que Molina Yepes manejaba las cuentas que se utilizaban para pagar los asesinatos. Por ejemplo, para abrir una cuenta, Martínez Hernández, depositó un millón de dólares en la sucursal del Banco de Crédito y Comercio Internacional (BCCI) en Medellín. La cuenta estaba a nombre de Guillermo Martínez e incluía una segunda firma autorizada, un tal Raúl Mejía. Los investigadores supieron después que tanto Martínez como Mejía eran nombres de dos personas muertas, cuyas identidades eran usadas por Molina Yepes para desviar las investigaciones. El cheque de María Ofelia Saldarriaga salió de esa cuenta.
Los extraños incidentes continuaron. Durante la detención temporal de Molina Yepes en las oficinas centrales del DAS, se le permitió ir sólo a comprar cigarros. Se fugó. El director de la oficina del DAS en Medellín fue suspendido e investigado en torno a la fuga. Un año más tarde lo reintalaron en su antigua posición. Nunca fueron sometidos cargos en su contra.
La investigación del caso Cano era una de las que ponía en peligro al sistema legal colombiano. Más de 200 jueces y empleados del tribunal habían sido asesinados, varios miles fueron amenazados y el cartel se infiltró hasta el corazón del sistema judicial. El gobierno colombiano empezaba a considerar un nuevo sistema con métodos que protegieran a sus empleados judiciales. Tuvieron que ser asesinados más miembros del Poder Judicial para que aflorara un nuevo sistema.
Entre marzo y agosto de 1988, la jueza Consuelo Sánchez Durán, reconstruyó el caso legal contra los asesinos intelectuales de Cano: Escobar, Rodríguez Gacha, Porrás y Molina Yepes. Su investigación sobre la banda Los Priscos produjo más evidencias incriminatorias contra los autores intelectuales. Al señalar a la banda como al grupo más importante de ejecutores, concluyó que también eran responsables del asesinato, en 1984, del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, y del crimen, en 1985, del coronel Jaime Ramírez, director de la Policía Antinarcóticos.
Fue en esa época que el grupo armado del cartel, Los Extraditables, empezó a emitir mensajes públicos cada vez que iba a haber un carro-bomba o un asesinato. También apuntaba a funcionarios públicos que intentaban frenar las actividades del narcotráfico. La magistrada Sánchez Durán recibió esta advertencia: “Si implicas a Pablo Escobar en el asesinato de Guillermo Cano, lo lamentarás”. Y enseguida el lema: “Preferimos una tumba en Colombia que una cárcel en Estados Unidos”.
Sánchez Durán ignoró el aviso y giró una orden para iniciar pro cedimientos de sentencia contra Escobar, entre otros. El juicio debía empezar en la fecha del segundo aniversario del asesinato de Cano, el 17 de diciembre de 1988. Entretanto, el presidente Barco implantó un “estado de emergencia” e instituyó “la justicia de orden público”, o sistema de justicia “sin rostro”, poniendo fin a los juicios ante jurado y para mantener en secreto la identidad de investigadores, jueces y fiscales en casos de drogas y terrorismo.
Sin embargo, el caso Cano siguió bajo el sistema judicial ordinario. La jueza Sánchez Durán fue asignada para iniciar el juicio a Escobar, pero una supuesta enfermedad de uno de los defensores obligó a posponer el juicio hasta enero de 1989.
Los acontecimientos de 1989 empañaron todo progreso legal. Escobar y Los Extraditables iniciaron una campaña masiva de violencia. Las autoridades descubrieron una estre cha relación entre grupos para militares anticomunistas y el Cartel de Medellín, incluso con mercenarios israelíes e ingleses que habían capacitado a los sicarios del cartel en técnicas de explosivos. Una ola de carros-bomba y asesinatos dejaron un saldo de tres candidatos presidenciales y más de mil colombianos muertos .
Escobar no olvidó a la familia Cano. En marzo sobrevino un duro golpe cuando los gatilleros del cartel mataron a Héctor Giraldo Gálvez, abogado de la familia Cano y respetado columnista. Fue baleado cerca de su domicilio, en el elegante barrio de Chico, en Bogotá. La jueza Sánchez Durán trató de empezar un juicio ante jurado en mayo, pero la policía anunció que había descubierto planes del cartel para aterrorizar al jurado. El juicio fue pospuesto. El equipo de la defensa le pidió al tribunal enjuiciar por separado a Escobar y a los otros presuntos autores intelectuales, de los demás asesinos. La jueza Sánchez Durán, rechazó la solicitud y refirió el asunto al Tribunal Superior de Bogotá.
El 16 de agosto, el magistrado del Tribunal Superior, Carlos Valencia, avaló la decisión de la jueza Durán de enjuiciar juntos a todos los acusados. El juez Valencia firmó la orden y desechó todas las apelaciones de la defensa. Poco después de salir hacia su casa, los ejecutores del cartel lo asesinaron mientras esperaba un autobús en el centro de Bogotá. Sólo una persona sabía que había firmado la orden; de alguna manera el cartel había infiltrado el sistema.
Al día siguiente, Escobar ordenó la muerte del candidato a la presidencia por el Partido Liberal, Luis Carlos Galán. Le dispararon el 17 de agosto en una reunión pública de campaña. El presidente Barco ordenó una lucha masiva contra el narcotráfico e implantó un sistema de tribunal más estricto para proteger la identidad de los jueces.
La decisión llegó demasiado tarde para el caso Cano. A fines de 1989, el tribunal combinó el proceso del caso Cano con el del magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Hernando Vaquero Borda, también asesinado por Escobar, en junio de 1986.
El proceso judicial de estos dos casos se interrumpió por más de un año debido a que Colombia se hundió en una seria crisis de orden público. El enfurecido Escobar le había declarado la guerra al país.
Finalmente, el 21 de noviembre de 1990, el tribunal quiso reiniciar el proceso. Las amenazas al jurado detuvieron la decisión. El fiscal estatal se movilizó para transferir el caso a los jueces anónimos. Pero el equipo defensor de Escobar luchó y ganó esa moción. El caso se transfirió al Tribunal Superior No. 29.
Durante los siguientes cinco años, el caso no avanzaba debido a apelaciones y contraapelaciones. En julio de 1991, Escobar se entregó y se pasó el caso a Medellín. Tres meses después, regresó a Bogotá, cuando el nuevo fiscal general, Gustavo de Greiff, decidió que todas las causas contra Escobar debían procesarse en Bogotá.
Un año después, en 1992, Escobar se escapó de la prisión. Estuvo fugitivo varios meses y finalmente fue localizado por un equipo especial de la Policía Antinarcóticos de Colombia con la ayuda de agentes de inteligencia de Estados Unidos. Fue abatido cuando trataba de escapar.
En agosto de 1995, se inició el juicio de nuevo. Todos los autores intelectuales, con excepción de Molina Yepes, fueron abatidos o purgan largas sentencias por otros crímenes.
El 6 de octubre de 1995, el tribunal declaró culpables de conspiración para cometer un crimen a María Ofelia Saldarriaga, Pablo Enrique Zamora, Luis Carlos Molina Yepes y Carlos Martínez Hernández. Todos fueron sentenciados a 16 años y 8 meses de prisión.
Un año más tarde, el 30 de julio de 1996, el Tribunal Superior de Bogotá revocó la sentencia de 1995 y determinó que Saldarriaga, Zamora y Martínez eran inocentes.
La sentencia contra Molina Yepes fue ratificada. Según los jueces, Molina Yepes debió ser juzgado como autor intelectual del asesinato.
CRONOLOGIA: GUILLERMO CANO ISAZA
Dic. 17, 1986:
Guillermo Cano Isaza es asesinado.
Abril, 1987:
El caso es enviado al Tribunal de Instrucción Criminal No. 60. El juez recibe amenazas de muerte. La investigación pasa al juez Andrés Enrique Montañez, director del Tribunal de Instrucción Criminal No. 71.
Abril 12:
Miembros del cartel vuelan un busto de Cano erigido en un parque público de Medellín.
Mayo 25:
En la ciudad de Cali, la policía encuentra el cuerpo de Alvaro García Saldarriaga, el pistolero que mató a Cano.
Junio 1987:
Edison Harvey Hill Muñoz, alias el Moquis, es asesinado cuando la policía antinarcóticos trata de catear su casa. La policía encuentra la motocicielta usada para matar a Cano. Hill Muñoz es identificado como entrenador de matones.
Julio 9:
Primeras denuncias contra Pablo Escobar, Gilberto Rodríguez, Evaristo Porrás y otros miembros de la banda de narcos Los Priscos. El juez Montañez se va de vacaciones y el juez Eduardo Triana es asignado al caso temporalmente, como suplente.
Julio 27:
María Ofelia Saldarriaga, madre del pistolero, es arrestada por la policía. Saldarriaga habría comprado la motocicleta.
Julio 30:
Las autoridades intervienen el teléfono de Saldarriaga y oyen que llama al segundo matón, Pablo Enrique Zamora, alias El Rolo. Hablan de la motocicleta. Ese día, más tarde, la policía captura a El Rolo cuando trata de escapar por la ciudad costera de Barranquilla.
Julio 3l:
Saldarriaga niega toda conexión al crimen. La policía la interroga respecto al dinero depositado en su cuenta. Dice que su hijo Alvaro García Saldarriaga habría dado los $15.000 (al cambio vigente en 1986).
Agosto 3:
El juez Triana ordena la encarcelación de Saldarriaga y El Rolo.
Agosto 5:
El Juez Triana huye a Europa.
Agosto 15:
El Juez Montañez, reasignado al caso Cano, lo rechaza argumentando que no es de su jurisdicción. Lo manda de regreso al Tribunal Superior.
Sept. 21:
El Tribunal Superior dictamina que no hay bases para apelar las órdenes de arresto de Saldarriaga y El Rolo. El magistrado Carlos Eduardo Valencia también establece que la decisión del juez Montañez respecto a cambiar la jurisdicción es inadmisible. El caso se reasigna a la sala de Montañez, pero el juez ignora la decisión superior del tribunal. El caso se queda sin tribunal permanente.
Sept. 25:
Un juez temporal del Tribunal No. 85 gira órdenes de aprehensión contra Castor Emilio Montoya, identificado como vigía en el asesinato de Cano. Montoya es exonerado posteriormente debido a que los testigos que al principio lo señalaron no lo recuerdan a la hora del juicio, nueve años después.
Diciembre:
El juez Montañez expide un auto de acusación contra Zamora, alias El Rolo, Montoya, alias Quimilio, y otros miembros de Los Priscos. El juez Montañez rechaza el caso contra Escobar, Porrás y Rodríguez Gacha.
Dic. 13:
El juez Montañez, acepta un recurso de habeas corpus del narcotraficante Jorge Luis Ochoa y ordena su liberación de una cárcel de Bogotá, donde purga una sentencia de 36 meses.
Enero 8, 1988:
El juez Montañez es destituido y se da orden de aprehensión en su contra cuando surge información vinculándolo con pagos de los narcotraficantes. La Oficina del Fiscal General investiga al juez, pero se interrumpe sin explicaciones.
Feb. 27:
El caso Cano se transfiere a la jueza Consuelo Sánchez Durán, directora del Tribunal de Instrucción Criminal No. 87. Ella expide una orden de aprehensión contra Molina Yepes.
Marzo 4:
Molina Yepes se fuga.
Marzo 6:
Se expide nueva orden de aprehensión en contra de Molina Yepes.
Marzo 15:
Molina Yepes apela la orden de captura.
Abril 7:
La jueza Sánchez Durán determina que Escobar y Rodríguez Gacha, Porrás y Molina Yepes planearon el asesinato de Cano. La defensa apela el fallo de la jueza.
Mayo 26:
El juez Valencia ratifica la orden de inicio del juicio de Escobar, Porrás, Rodríguez Gacha y Molina Yepes.
Junio 16:
La jueza Sánchez Durán decide suspender el juicio e investigar más a Los Priscos.
Julio 19:
La jueza Sánchez Durán concluye la investigación a Los Priscos, encontrando más pruebas circunstanciales que implican a Escobar, Rodríguez Gacha, Porrás, Héctor Villegas y Molina Yepes en el asesinato de Cano.
Julio 24:
La jueza Sánchez Durán dictamina que Los Priscos fueron el brazo ejecutor del Cartel de Medellín. Cita pruebas que los vincula a una lista de asesinatos de personajes que culminó con el crimen de Cano.
Julio 30:
Los Extraditables, el grupo militar del Cartel de Medellín, emite un comunicado advirtiéndole a Sánchez Durán que no implique a Escobar.
Agosto 24:
La jueza Sánchez Durán emite la denuncia.
Noviembre:
El presidente Virgilio Barco ordena estado de emergencia e implanta el sistema “justicia de orden público”. Se acaban los juicios ante jurado y se oculta la identidad de investigadores, jueces y fiscales. El caso Cano se queda en el sistema de justicia ordinario porque ya había empezado.
Dic. 16:
El juicio debió empezar en esta fecha, segundo aniversario del asesinato de Cano. La defensa lo pospone por enfermedad.
Marzo 29, 1989:
Héctor Giraldo Gálvez, abogado de la familia Cano, es asesinado en Bogotá.
Mayo 16:
El Tribunal Superior No. 29 de Bogotá abre el juicio, pero lo pospone porque no se presentan dos abogados de la defensa.
Mayo 19:
En carta pública, el director del DAS le avisa al fiscal federal que el cartel trata de sabotear el juicio, que ha identificado a los miembros del jurado. El tribunal pospone el juicio y busca mayor seguridad para el jurado. Anuncia el juicio para el el 7 de junio.
Junio 7:
Comienza el juicio público, pero se suspende por quejas del jurado sobre amenazas de muerte. El juez ordena que se juzgue al mismo tiempo a todos los acusados, autores intelectuales y materiales, y no por separado como quiere la defensa.
Agosto 16:
El juez Valencia rechaza una apelación de la defensa respecto a la orden de la jueza Sánchez Durán. Horas más tarde es asesinado mientras esperaba un autobús en el centro de Bogotá.
Agosto:
El presidente Barco amplía el estado de emergencia. Se implanta el sistema de justicia “sin rostro” que es más hermético que el anterior, “justicia de orden público”.
Sept. 2:
Explota una bomba de 135 Kgs. fuera de las instalaciones de El Espectador. Escobar acepta la responsabilidad.
Sept. 7:
El Tribunal Superior de Bogotá integra los casos de Guillermo Cano y del magistrado del Tribunal Supremo, Hernando Vaquero Borda. Ambos involucran a los mismos acusados. El tribunal trata de cambiar el caso al sistema de justicia “sin rostro”, pero la defensa se opone.
Nov. 21, 1990:
Se inicia de nuevo el juicio sobre el caso Cano. El retraso de 14 meses se debe a la campaña de terror del Cartel de Medellín, que incluye carros-bomba y asesinatos. El juicio sigue bajo el sistema ante jurado con protección especial. El juicio termina sin veredicto porque a la jueza Sánchez Durán le preocupa la seguridad del jurado. La fiscalía gana una solicitud de cambiar el caso al sistema de justicia “sin rostro” (que funciona sin jurado).
Mayo 1991:
La defensa apela y gana una moción para regresar el caso al sistema ordinario. El caso regresa al Tribunal Superior No. 29.
Julio:
Escobar se entrega al gobierno colombiano y el tribunal de circuito de Medellín solicita al tribunal de Bogotá cambiar el caso a su jurisdicción.
Octubre:
Una nueva Constitución crea una oficina de fiscal general. Gustavo de Greiff, primer fiscal general, ordena traer a Bogotá todos los casos contra Escobar.
Agosto 22, 1995:
El caso Cano va a juicio, finalmente.
Octubre 6:
María Ofelia Saldarriaga, Pablo Enrique Zamora, Luis Carlos Molina Yepes y Carlos Martínez Hernández son encontrados culpables de conspiración para cometer un crimen. Son sentenciados a 16 años y 8 meses de cárcel. Las condenas son apeladas.
Julio 30, 1996:
El Tribunal Superior de Bogotá revoca las sentencias anteriores y ordena la liberación de Saldarriaga, Zamora y Martínez. Se mantiene la condena contra Molina Yepes, quien está prófugo.
Febrero 18, 1997:
Molina Yepes es capturado por la policía mientras almorzaba en un restaurante en Bogotá.
Fuente:
http://www1.sipiapa.org/casosimpunidad
Por:Redaccion El Tiempo –27 de octubre 2010 , 12:00 a.m.
El narcotraficante más poderoso ha sembrado el miedo y la muerte en Colombia. En menos de cinco años, Pablo Escobar se convierte en el criminal más temido de Colombia. Nació en Rionegro (Antioquia) el 1˚ de diciembre de 1949, hijo de una maestra y un celador.
Fue asaltante, secuestrador y ladrón de carros; pero se convirtió en ‘El Patrón’ cuando descubrió -alrededor de 1975- cómo hacer del tráfico de la cocaína uno de los negocios más rentables del mundo.
El dinero llega por toneladas y le permite fundar el Cartel de Medellín, para controlar el negocio. Edifica barrios en los tugurios con dinero de la droga y consigue fama de benefactor.
Obtiene en 1982 una curul en el Congreso como representante suplente a la Cámara por Antioquia. Su llegada al Parlamento hace que se indague de dónde viene tanto dinero.
La Justicia ordena su captura por narcotráfico y el Congreso levanta su inmunidad parlamentaria.
Tras un período en la clandestinidad, en 1984 crea el grupo de ‘los Extraditables’ para luchar contra la extradición. Así comienza la época del sicariato, los magnicidios y las bombas. Los colombianos viven la angustia y el terror.
289 atentados, hicieron ‘los Extraditables’ según EL TIEMPO, en los últimos tres meses de 1989.
El prontuario del terror 1984 (30 de abril) Asesinato de Rodrigo Lara Bonilla
Dos sicarios en moto asesinaron al Ministro de Justicia a las 7:30 de la noche en el norte de Bogotá. Rodrigo Lara fue el primero que denunció a Escobar por sus actividades ilícitas.
1986 (17 de diciembre)
Asesinato de Guillermo Cano
Escobar le cobró a Cano, director de El Espectador, los duros editoriales que desde 1983 había escrito contra él.
Cano fue pieza clave para desmontar la imagen de Escobar como un hombre honorable. Fue asesinado por dos sicarios cerca de las instalaciones de ese periódico.
1987 (13 de enero)
Atentado a Enrique Parejo en Hungría
Tras reemplazar a Lara Bonilla en el Minjusticia, Parejo fue enviado como embajador a Hungría para protegerlo de los ‘narcos’. Pero la mafia lo alcanzó hasta la puerta de su casa en Budapest.
1988 (18 de enero)
Secuestro a Andrés Pastrana
Siete días de incertidumbre vivió el país entre el momento en el que Pastrana fue sacado de su sede de campaña por la Alcaldía de Bogotá y el instante en el que fue liberado por sus captores en Medellín, gracias a la presión policial.
(25 de enero)
Asesinato de Carlos Mauro Hoyos
El mismo día y a menos de 10 kilómetros de distancia del lugar en el que Pastrana era liberado, el procurador general de la Nación Carlos Mauro Hoyos fue asesinado cuando 10 hombres armados con ametralladoras intentaban secuestrarlo.
1989 (18 de agosto)
Asesinato de Luis Carlos Galán
Galán era el candidato más firme para ganar la Presidencia y había prometido una lucha frontal contra los ‘narcos’, tal como lo había hecho desde el Nuevo Liberalismo.
Azuzado por el senador Alberto Santofimio ¿según testigos¿, Escobar ordenó la muerte del candidato. Cayó en una horrible noche en la plaza central de Soacha (Cundinamarca).
(18 de agosto)
Asesinato de Valdemar Franklin Quintero
El coronel Quintero no llevaba guardaespaldas. Sabía que la mafia lo iba a matar por su lucha contra los ‘narcos’ y no quiso exponer otras vidas. El mismo día de la muerte de Galán, a las 6:18 a.m., Quintero fue abordado por sicarios en Medellín.
(2 de septiembre)
Bomba a El Espectador
En una estación de gasolina contigua al edificio de El Espectador, ‘Los Extraditables’ hicieron estallar un automóvil con 100 kg. de explosivos. La edición del día siguiente fue escrita y armada sobre los escombros. «Y seguimos adelante», decía el titular.
(27 de noviembre)
Bomba en el avión de Avianca
César Gaviria sucedió a Galán, pero Escobar no estaba dispuesto a permitirlo y puso una bomba en el Boeing 727 de Avianca que el candidato iba a abordar con rumbo a Cali. Gaviria no abordó la aeronave; el avión explotó y murieron 110 personas.
(6 de diciembre)
Bomba del DAS
Quinientos kg de dinamita explotaron a las 7:33 a.m. al lado del edificio del DAS, en el centro de Bogotá. El atentado, dirigido contra el coronel Miguel Maza Márquez, entonces director del DAS, dejó un saldo trágico de más de 50 muertos y cerca de 600 heridos y un cráter de cerca de cuatro metros de profundidad.
1990: Secuestros: presión a no extradición
30 de agosto, Diana Turbay
Le dijeron que se iba a entrevistar con un alto mando del Eln. Pero dos semanas después se supo que había sido secuestrada por Pablo Escobar. El 25 de enero de 1991 murió en una clínica de Medellín, al ser alcanzada por dos disparos en medio del rescate.
7 septiembre
Maruja Pachón
Su secuestro se produjo cerca de su casa, en Bogotá, cuando fue interceptada por delincuentes. Fue liberada horas antes que Francisco Santos, también gracias a la gestión del padre García Herreros.
19 septiembre, Francisco Santos
El jefe de redacción de EL TIEMPO fue secuestrado por hombres armados cuando salía del periódico. Con su secuestro, ‘los Extraditables’ presionaron la aprobación de la no extradición en la Constituyente de 1991. Fue liberado.
19 septiembre, Marina Montoya
Hermana de Germán Montoya, secretario general de la Presidencia, la sacaron de un restaurante en Bogotá. La entregaron, ya sin vida, en un lote baldío el 24 de enero de 1991. ‘Los Extraditables’ la ejecutaron, según ellos, en «defensa» de sus «derechos humanos».
Por Rafael Croda Proceso.mx | 2013-02-24 | 23:53 Jhon Jairo Velásquez Vásquez, ‘Popeye’, ex jefe de sicarios de Pablo Escobar Gaviria y asesino confeso de “más o menos” 200 enemigos propios y del Cártel de Medellín, recuerda la Tijuana de finales de los ochenta como una ciudad violenta y desafiante. (más…)
Judicial ELESPECTADOR.COM 10 Jun 2015 – 9:18 PM El exjefe de sicarios del cartel de Medellín, ya libre tras pagar las condenas en su contra, dice ser la “memoria histórica” de esa estructura ilegal.
Además, reveló durante una diligencia que ahora es “documentalista”. Se trata del hombre que asesinó a unas 3.000 personas en Colombia. John Jairo Velásquez Vásquez, alias “Popeye”, reapareció este miércoles en Bogotá. / Gustavo Torrijos – El Espectador
John Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, el hombre que segó la vida de más de 3.000 personas –según sus propias cuentas–, el locuaz gatillero de Pablo Escobar que décadas después recuperó la memoria para saltar al estrado de los testigos, el mismo sicario que en los más feroces tiempos del cartel de Medellín protagonizó una cruzada de barbarie y violencia para presionar la no extradición de la mafia colombiana, ese mismo hombre que se autodenomina como “una rata”, se considera hoy por hoy “la memoria histórica del cartel de Medellín”.[the_ad id=»4035″]
Así lo dijo durante una audiencia de Justicia y Paz realizada este miércoles en Bogotá, en un litigio por un apartamento que involucra al extraditado narcotraficante Félix Antonio Chitiva Carrasquilla, alias la Mica, a su medio hermano, Jorge González Carrasquilla y a Miguel Ángel Mejía Múnera, uno de los Mellizos.
Alias Popeye –libre desde agosto de 2014 tras cumplir una pena de 23 años de prisión– reapareció después de 10 meses para desandar sus años como jefe de sicarios de esa estructura criminal. Lo hizo durante una hora.
Empezó diciendo, eso sí, que ya nada puede relacionarlo, distinto de su pasado, con ese mundo criminal de sicarios y carteles. “Ahora soy documentalista”, dijo sin ruborizarse, “y me dedicó a actividades literarias”.
Popeye, pelo blanco todo, de jean y saco amarillo, sostuvo durante la diligencia que está realizando un documental sobre sus años con Escobar en Medellín. No dio más detalles, salvo reafirmar que nadie como él conoce los secretos del capo. Aunque muchos secretos suyos jamás se destaparon.[the_ad id=»4052″]
Popeye dijo que asistió a esta audiencia porque al salir de la cárcel se comprometió a comparecer ante “cada juez o fiscal que me buscara”, pero que puso en riesgo su vida porque “el Estado no me protege y no me deja tener armas por mis antecedentes”.
En esa línea se quejó de su falta de seguridad, recordó las denuncias que ha ventilado contra el clan Ochoa y de nuevo –tal como con su memoria– volvió su locuacidad de siempre.
Paradójico sí, no dejó de murmurarse en la Sala de Justicia y Paz, que el hombre que hace tres décadas atentó contra casi todas las instituciones del Estado, aquel que dejó una estela de sangre en las familias del procurador Carlos Mauro Hoyos, la periodista Diana Turbay, el ministro Rodrigo Lara, el candidato Luis Carlos Galán, el coronel Valdemar Franklin Quintero, entre miles de víctimas más, hoy se muestre como una víctima desprotegida. Pero, además, una víctima que ahora hace documentales.[the_ad id=»4354″]
En su declaración Popeye se refirió a alias la Mica, condenado en Estados Unidos a seis años de prisión por narcotráfico. De él dijo que fue financiador del cartel de Medellín y de los hermanos Carlos y Fidel Castaño, que les entregaba, por lo menos, US$50 mil al mes, que la Mica era amigo suyo y de Escobar, y que incluso en su momento le ayudó a escapar cuando las autoridades llegaron a la hacienda Nápoles.
También dijo que en 1992 –tras la muerte de Fernando Galeano y Kiko Moncada– la Mica traicionó al cartel de Medellín al delatar a sus antiguos socios con el fin de obtener beneficios jurídicos por parte del gobierno de César Gaviria al punto de terminar unido con el grupo de los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar). Fue Chitiva, añadió John Jairo Velásquez, quien llevó a los Pepes a la finca La Manuela, de propiedad de Escobar, para que la volaran.
En su relato, Popeye contó que una vez muerto Escobar en un tejado de Medellín en diciembre de 1993, Chitiva se unió a los Mellizos Víctor y Miguel Ángel Mejía Múnera al punto de convertirse en su contador, hasta que fue capturado y extraditado a Estados Unidos.[the_ad id=»4034″]
En ese país ya pagó su condena, pero se desconoce su paradero. Chitiva parece tener muchas claves del laberinto de crímenes, aún sin resolver, del cartel de Medellín, entre los cuales se cuenta el del director de El Espectador Guillermo Cano Isaza, perpetrado en 1986.
De vuelta a la diligencia, Popeye narró en detalle cómo hizo su organización para burlar el cerco de las autoridades al tiempo que ensanchaban su patrimonio exponencialmente: una especie de manual de testaferrato jamás indagado con suficiencia
Dijo que la regla era poner los bienes a nombre de familiares, porque dejarlos en manos de amigos no era negocio. “Cuando uno está en el hueco los amigos se acaban”. Les pasó, para nombrar apenas tres ejemplos, a Carlos Mario Alzate Urquijo, alias el Arete, Mario Alberto Castaño, alias Chopo, y Brancey Muñoz, alias Tyson.
Cerca de las 9:45 de la mañana Popeye salió de las instalaciones de la Sala de Justicia y Paz del Tribunal de Bogotá. Se fue apurado. Fue su primera aparición luego de 10 meses en los que nada volvió a saberse de él, salvo que las autoridades investigaban si había vuelto a sus andanzas.[the_ad id=»8984″]
El exjefe de sicarios ha dicho que está bastante seguro de que será asesinado, que las cuentas entre las mafias no se olvidan y que él mismo fue una “rata” que abandonó a su patrón antes de que cayera en un tejado de Medellín. Todos dieron por descontado que iba a esconderse. Que así acabaría su vida. ¿Pero, documentalista? “Estoy enfocado en mis actividades literarias”, dijo y se fue el nuevo “historiador” de Colombia.
28 de septiembre de 1991 . elpais.com Autor de 40 asesinatos, Dandeny Muñoz iba a cumplir un encargo ‘grande’ en Nueva York Dandeny Mufloz Mosquera, mulato, de 24 años, el criminal más sanguinario del mundo, acusado del asesinato de Luis Carlos Galán y de otros 40 políticos y policías colombianos, fue detenido el miércoles, sin ofrecer resistencia, junto a una floristería del barrio neoyorquino de Queens.
Sus objetivos en Nueva York eran una de las personalidades que asisten estos días a la Asamblea General de Naciones Unidas, o un alto contacto del narcotráfico en Estados Unidos o uno de los testigos en el juicio contra Manuel Antonio Noriega.La presencia de Dandeny Muñoz, a quien sus amigos de Envigado (Colombia) conocen por La Quica, había sido detectada en Nueva York por los agentes que peinaron la ciudad antes de la llegada el pasado lunes del presidente George Bush. La policía le seguía los pasos, aunque no tenía cargos contra él. Pero cuando los inspectores le pidieron identificarse en la esquina de la calle 103 con Northern Boulevard, el criminal dio un nombre falso, por lo que formalmente fue detenido.[the_ad id=»4354″]
A las diez de la noche, un Buick blanco con tres individuos a bordo se había parado frente a una cabina en medio de la lluvia en el área de Jackson Heights. Cuando sonó el teléfono, uno de los miembros del grupo salió del automóvil cubriéndose la cabeza con un periódico. Con una señal, avisó a Muñoz Mosquera para que atendiera la llamada. Un policía que había pasado meses estudiando las fotos del sospechoso se acercó para identificarlo. Instantes después 10 pistolas apuntaban sobre su cabeza.
La policía de la ciudad del crimen había conseguido abortar así un nuevo trabajo del pistolero más frío del cartel de Medellin. Nueva York es escenario estos días del tránsito continuo de limusinas escoltadas con jefes de Estado a bordo. Uno de ellos podría estar destinado a ser la próxima víctima. El presidente de Colombia, César Gaviria, tenía previsto llegar ayer.
El jefe de la Agencia para la Lucha contra las Drogas (DEA) en Nueva York, Bob Bryden, consideró también la posibilidad de que Mosquera hubiera sido enviado desde Colombia para matar al jefe de distribución del cartel de Medellín o a Max Mermelstein, un americano que estaba informando de los contactos entre Noriega y Pablo Escobar.
Las autoridades judiciales norteamericanas estudian ahora la posibilidad de presentar cargos contra él por conspiración para asesinato o entregarlo a la justicia de su país.
Dandeny Muñoz Mosquera había estado anteriormente en la cárcel en Bogotá por el asesinato en 1989 de Luis Carlos Galán, candidato liberal a la presidencia de la república, pero se escapó el pasado mes de abril tras pagar un soborno de 500.000 dólares. Robusto, de baja estatura, Muñoz Mosquera era el mejor en su oficio. La policía sabe que sólo actuaba en las grandes ocasiones. Por eso es seguro que, cuando llegó a Los Ángeles el 11 de septiembre con un pasaporte falso a nombre de Esteban Restrepo, planeaba algo importante.[the_ad id=»4035″]
Cometió, sin embargo, algunos errores. Desde su hotel en la ciudad californiana hizo llamadas telefónicas a Boston y Nueva York. En esas conversaciones, la policía encontró pistas para saber que mantendría su contacto desde una cabina en Nueva York. Al ser apresado el joven colombiano no iba armado. Sólo llevaba algunos billetes falsos de 100 dólares.
Por: TATIANA ESCÁRRAGA |ELTIEMPO.COM 8:57 p.m. | 23 de enero de 2016Familiares y amigos recuerdan a la periodista asesinada hace 25 años. Esta fotografía fue tomada durante el cautiverio de Diana Turbay. La periodista permaneció cinco meses secuestrada. (más…)
Cecilia Lara Bonilla, hermana del asesinado Ministro de Justicia, sigue clamando, tras más de 30 años del magnicidio, que se conozca la verdad sobre el crimen y sus responsables.
En el cementerio Jardines del Paraíso, en Neiva, se realizó la semana pasada la exhumación de los restos de Rodrigo Lara y en un mes se espera que la Unidad de Análisis y Contexto entregue los resultados de la nueva investigación sobre su muerte.(Foto: Colprensa / VANGUARDIA LIBERAL)
A una semana de que se cumplan 32 años del asesinato del entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla (30 de abril de 1984), su hermana Cecilia recuerda el trágico hecho que rodeó la muerte del líder político.
La familia Lara tiene puestas las esperanzas en que la nueva investigación que dirige la Unidad de Análisis y Contexto, que ordenó la exhumación de los restos del político el pasado 15 de abril, concluya en el esclarecimiento de su magnicidio y así poder determinar quiénes fueron los máximos responsables de su muerte.
Su hermana Cecilia afirma que está dispuesta a perdonar a quienes planearon y ejecutaron el crimen, pero que para ello necesita conocer la verdad.
PREGUNTAS Y RESPUESTAS
¿Qué piensa de la versión original que les dieron sobre la muerte de Rodrigo Lara?
Todo lo que están ahora explicando da a entender que hubo participación de agentes del Estado en el crimen y no sólo de Pablo Escobar. Rodrigo decía que en cualquier momento le iban a disparar y no iba a saber de dónde. Nosotros como familia creíamos que él como Ministro tenía una seguridad bastante buena, y con el tiempo nos damos cuenta que esas seguridades no servían para nada. Fíjese el caso de Luis Carlos Galán, y tantos otros casos que pasaron en esa época, como la muerte de (Carlos) Pizarro, a él cuando lo asesinan, en vez de capturar a quien le disparó, le dan un tiro de gracia, ¿cuál era el objetivo? Pues que no hablara. Personalmente creo que detrás del asesinato de Rodrigo no estaba solamente Pablo Escobar”.
¿Qué significa para su familia la exhumación, la semana pasada, de los restos de su hermano?
La exhumación fue muy triste, después de tantos años. Allí estuvieron presentes los hijos de Rodrigo y entiendo que fue triste, pero sé que es una forma de lograr la verdad. Quiero repetir las palabras del Ministro (Juan Fernando) Cristo, para uno perdonar a los que asesinaron a alguien de su familia, hay que saber quiénes fueron.
¿Cuáles resultados esperan de esta nueva investigación?
Queremos que se sepa con claridad qué sucedió. Lo importante es que digan que sí fue lo que se ha pensado del tema de la trayectoria de las balas (ha trascendido que, al parecer, las balas que impactaron a Lara no sólo provinieron de afuera del carro, sino también de quienes se encontraban adentro con él). Eso sí es muy grave, saber si habían unas balas anteriores a las que disparó el de la moto. Que vayamos a saber inmediatamente quiénes fueron los autores intelectuales, eso no va a ser fácil, pero por lo menos va a haber otra versión diferente a la que nos hicieron creer durante muchos años”.
¿Qué piensa de la justicia del país, al pasar más de 30 años sin ni siquiera tener certeza sobre los móviles del magnicidio?
Yo durante 32 años tuve que seguir adelante con muchas dudas, muchas cosas que no puedo explicar, porque no tengo las bases para hacerlo. Pero si la gente dijera la verdad, las cosas van a ser diferentes, y no se va a volver a repetir esta situación. Creo que este es el caso de una familia víctima de la violencia absurda que tiene este país, es uno de tantos. Hoy quiero recordar a mi mamá, que nos dijo, tenemos que perdonar, pero vamos a saber quién lo mató. Desgraciadamente, mamá murió y tampoco pudo saber, sabía que una parte era Pablo Escobar, sobre quien ella decía ‘yo ya lo perdoné, pero quiero saber a quién más puedo perdonar’”.
¿Cree usted en la reconciliación, a propósito de los procesos de paz?
Yo creo en la paz. Y Rodrigo Lara creía en la paz. Yo estaría dispuesta a ayudar a la paz, pero quiero una paz con verdad. Que tanto los guerrilleros de las Farc, como tantos asesinos de este país, nos digan la verdad de lo que ha pasado. Que nos cuenten la verdad para poder reconciliarnos, para poder saber, para poder perdonar.
¿Cómo perdonamos si no sabemos quiénes fueron los responsables?.